El abandono de las grandes esperanzas políticas vuelve a poner de moda una idea antigua: para cambiar el mundo, bastaría con cambiar uno mismo y restablecer con la naturaleza esos vínculos destruidos por la modernidad. Apoyada por personalidades carismáticas como Pierre Rabhi, campesino del departamento francés de Ardèche, esta “insurrección de las conciencias”, que llama a que cada uno “haga la parte que le toca”, experimenta un creciente éxito.