Hoy día asistimos a una desconcertante coyuntura en la cual la irrupción de acontecimientos azarosos e impensados dan cuenta del agotamiento de ciertas actitudes y creencias de la modernidad como figura epocal' predominante. Se trata de una evidente fatiga de determinados postulados de este proyecto civilizatorio, sin que ello signifique necesariamente su caso definitivo. En su lugar, parafraseando a Immanuel Wallerstein, quizás lo más adecuado sea interrogarnos acerca de ¿el fin de qué modernidad? (Wallerstein. 1995).