La desigualdad aqueja a la UE. Urge promover una verdadera convergencia económica, social y tecnológica, relegada en los últimos años en aras de la estabilidad macroeconómica.
En la Unión Europea España tiene la obligación y la oportunidad de recuperar dos discursos (y políticas) que han quedado en segundo plano desde que comenzó la crisis hace ya una década, pero que resultan esenciales en estos tiempos: la lucha contra la desigualdad y la recuperación de la idea de convergencia económica y social, a la que hay que sumar otra esencial, la tecnológica. La oportunidad viene de que tanto Angela Merkel como, sobre todo, Emmanuel Macron, están hablando en estos términos. En su encuentro del 19 de junio, del que salió la declaración de Meseberg se habla explícitamente de “reforzar la convergencia económica, social y fiscal” a través del vínculo entre los fondos estructurales y la coordinación en política económica.
Se trata de convergencia, pero no solo macroeconómica, también social, y las propuestas presupuestarias de la Comisión Europea para el periodo 2021-27 van en esa dirección. Aunque en el Consejo Europeo de finales de junio de 2018, en el que se estrenó Pedro Sánchez como presidente del gobierno español, la inmigración acaparó el debate, quedó también claro que el asunto de la convergencia en la UE volverá a estar en el centro de la agenda.
Los problemas de creciente desigualdad entre ciudadanos, bajo crecimiento y divergencia entre países y regiones de la UE vienen de lejos, pero se han acentuado en los últimos años, a pesar de la recuperación económica general. Los rápidos y profundos cambios tecnológicos, la globalización, la gran recesión y las políticas económicas aplicadas por la mayoría de los países de la UE (sobre todo, por los miembros de la unión monetaria) a partir de 2010, han llevado al estancamiento de los salarios, a la concentración del ingreso entre los más ricos, a un aumento del desempleo juvenil y de larga duración, a un creciente empobrecimiento de las clases medias tradicionales y a nuevas formas de pobreza y exclusión social en toda la Unión, particularmente en los países mediterráneos. Una vez superado lo peor de la crisis financiera, está siendo difícil poner en marcha un proceso de convergencia real entre las distintas economías como el que se dio en otros momentos de la integración, y que tanto contribuyó a legitimar la UE ante los ciudadanos.
El crecimiento ha vuelto, pero es menos inclusivo y está dejando cada vez a más europeos (tanto del norte como del sur) en la cuneta. La calidad de los empleos disponibles ha disminuido, incluso en los países con mercados laborales eficientes y bajo nivel de desocupación, y los “trabajadores pobres” han aparecido como una categoría social nueva en la Europa poscrisis. Como consecuencia, aunque existen diferencias entre países, cada vez más europeos sienten que sus hijos vivirán peor que ellos, que tendrán menos oportunidades y que contarán con menores niveles de protección social.
En este contexto, muchos europeos consideran que la UE, lejos de protegerlos contra estas tendencias globales, contribuye a exacerbarlas, amplificando sus efectos adversos en vez de atenuarlos. La Unión, señala la propia Comisión Europea en su documento de reflexión sobre la globalización, es percibida como parte del problema y no de la solución. La movilidad social se ha reducido y amplios sectores de la población ven la movilidad geográfica dentro de la UE como una amenaza y no como una oportunidad.
En suma, existe una creciente sensación de que ni la Unión ni sus Estados miembros están haciendo lo suficiente para proteger y compensar a los perdedores de la globalización y la digitalización, por lo que cada vez más ciudadanos se sienten incapaces de hacer frente a los retos del siglo XXI. Esto lo ha reconocido Macron al hablar de la necesidad de una “Europa que proteja”.
Es necesario un “reacoplamiento” dentro de las sociedades y entre sociedades en Europa. Si no se toman medidas urgentes para proteger a las clases medias y bajas de las sociedades europeas, recuperar la convergencia económica (y aumentar la tecnológica) así como reconducir el relato sobre el devastador impacto de la globalización y la tecnología en los ciudadanos, el aumento de los movimientos antisistema, antieuropeos y antidemocráticos seguirá creciendo…