Marcel Fortuna Biato
En 2013 se agotó un ciclo nacido de las expectativas que acompañaron el proceso de redemocratización en los años ochenta. Hoy el brasileño medio se siente frustrado e inseguro, pero el país sigue en movimiento.
¿Qué está pasando en Brasil? La pregunta instiga y fustiga a todos los brasileños y a los observadores extranjeros que valoran los avances económicos e institucionales conquistados por el país a lo largo de las últimas décadas. Hasta hace poco, Brasil integraba la vanguardia de la agrupación de naciones con peso e influencia ascendentes en el encaminamiento de los asuntos centrales de la gobernanza global. A nivel regional, se comprometió en el proyecto de transformar América Latina en un espacio económico y de seguridad integrado y, por tanto, con voz propia en el escenario internacional. Estas ambiciones se basaban en cifras nacionales admiradas de crecimiento económico y, quizá más notable, de inclusión social, con reducción de la pobreza crónica y mejora del acceso a servicios básicos. Y todo ello, en un clima de diálogo democrático, lo que permitió al país superar, a partir de los años ochenta, las plagas del autoritarismo y de la hiperinflación del pasado.
A juzgar por los titulares de los grandes medios de comunicación, la situación actual no podría ser más diferente. De hecho, Brasil apenas empieza a superar la más profunda crisis económica del último siglo, que ha producido retrocesos lamentables en índices sociales, todo ello potenciado por un escándalo de corrupción de proporciones sin precedentes. Ante la detención y procesamiento de importantes líderes políticos y empresariales, Brasil parece estar sumido en la inercia económica y la parálisis política. Como contrapunto en la esfera internacional, la B de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) estaría desvaneciéndose, mientras que la tragedia sin fin en Venezuela y Nicaragua son testimonios del colapso de la arquitectura de integración y seguridad latinoamericana soñada por la diplomacia del Itamaraty.
Brasil pasa por un periodo de fuertes turbulencias e indefinición. No extraña que los brasileños aguarden las elecciones generales de octubre con ansiedad, con la esperanza de elegir un nuevo rumbo. Previsiblemente, en momentos como este de incertidumbre y perplejidad, ganan fuerza los viejos clichés, con sus juicios fáciles y verdades indiscutibles.
Viejos clichés versus nuevas perspectivas Volvió a ponerse de moda, por ejemplo, la tesis de que seguimos siendo el “país del futuro”, en una referencia irónica al hecho de que Brasil nunca parece alcanzar su innegable potencial. Esta visión explora la percepción generalizada de que el país y sus élites tardaron en responder a los desafíos del mundo contemporáneo, sobre todo en el sentido de abrirse a la competencia globalizada, como hizo China, al maximizar sus ventajas comparativas en el mundo de la especialización y las cadenas de valor globales. Un segundo cliché lleva ese concepto de disfuncionalidad al extremo, al afirmar que Brasil “no es para principiantes”, sugiriendo que proviene de una compleja y, quizá, contradictoria amalgama sociocultural, con rasgos de inoperancia crónica, tal vez hereditaria.
La realidad es que el país está en movimiento, a punto de testar su capacidad de comprensión y de hacer frente a los desafíos. En cierto sentido Brasil se detuvo, pero lo hizo para pensar y revaluar. En ese momento preelectoral, el brasileño medio se siente frustrado e inseguro, pero en esta inevitable desorientación ideológica y polarización partidista, hoy se debate más que nunca. Hay una libertad de pensamiento y de expresión tan exuberante como en los días que siguieron al fin de la censura, en el crepúsculo del régimen autoritario. Han caído tabúes y propuestas antes impensables y hoy abiertamente aceptadas y estudiadas.
Los parámetros y certezas del pasado están siendo puestos a prueba, desde la privatización de grandes empresas estatales consideradas un orgullo nacional hasta el papel del Estado como inductor del desarrollo. Se discute la eficacia del proteccionismo para la industria nacional, así como modelos alternativos de inclusión social, a partir de políticas distributivas y de cuotas para minorías y grupos vulnerables…