Los líderes chinos saben que no pueden equivocarse en un asunto crucial como el cambio climático. La seguridad alimentaria y el desarrollo del país dependen de ello.
Observar cuidadosamente; asegurar nuestra posición;
afrontar los asuntos con calma; esconder nuestras capacidades y esperar nuestro tiempo; mantener un perfil bajo; y no reclamar nunca el liderazgo (…).
Deng Xiaoping, mensaje de despedida al Partido Comunista Chino.
La implicación de la República Popular China en la reconducción del cambio climático en los últimos cinco años tiene un motivo fundamental: la preservación del capital natural. Es un objetivo tanto para el sostenimiento de la producción agraria, para “dar de comer al pueblo” (primera prioridad del Partido Comunista de China (PCCh) desde la fundación de la República Popular, en 1949), como para evitar que la desestabilización climática erosione el progreso y la estabilidad de los últimos 40 años, poniendo fin o dificultando la reemergencia de China en la arena internacional.
Los líderes chinos son conscientes de que su país encara el siglo XXI con un viento favorable. En cuatro décadas, el país asiático ha protagonizado el mayor proceso de desarrollo económico de la historia, sacando de la pobreza extrema a 600 millones de personas. En el ámbito internacional, ha pasado de ocupar los márgenes del sistema a situarse, junto a Estados Unidos, como la gran potencia del siglo XXI. Las reformas promovidas por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Zedong pusieron fin a tres décadas (1949-79) en las que, si bien China consiguió afirmarse internacionalmente, hubo de afrontar en el interior inmensos desastres políticos y económicos como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural que condujeron a la sociedad a la pobreza y la falta de confianza en sí misma. El liderazgo político chino ha aprendido de la historia que no puede permitirse el lujo de equivocarse ante un asunto crucial como el cambio climático, llamado a definir en gran medida el siglo XXI.
Apuntes de historia China no es solo una nación, es una civilización. Posiblemente la única que puede trazar de forma precisa, sin solución de continuidad, una trayectoria desde el presente hasta un pasado que se remonta, al menos, a 4.000 años atrás, a los tiempos de la dinastía histórica Shang (1766-1122 a.C.). A modo de ejemplo, mientras que EEUU se dispone a celebrar en 2026 el 250 aniversario de su nacimiento como Estado-nación, China ha conocido 18 grandes dinastías, muchas de las cuales abarcan periodos de tiempo más extensos que la vida total de la nación norteamericana.
Al mismo tiempo, mientras que EEUU no ha vivido en su suelo continental los resultados de las numerosas guerras en las que ha intervenido y protagonizado, a excepción de su guerra civil, China no sabe lo que es vivir una época extensa sin afrontar invasiones extranjeras. En el siglo XIII (1260) sufrió la invasión de los pueblos mongoles dirigidos por Kublai Khan, quien tras proclamarse Gran Khan estableció en 1279 la dinastía Yuan que gobernó China durante casi 100 años. Posteriormente, en el siglo XVII, las poblaciones manchúes del Norte cruzaron la Gran Muralla y conquistaron el país, dando origen a la dinastía Qing que duraría 267 años. Durante esa dinastía, China conoció en el siglo XIX el zarpazo de las potencias coloniales con el Imperio británico a la cabeza, seguido de Francia y EEUU. Enfrentada a ejércitos más modernos, China, que se veía a sí misma como el Imperio del Centro, la nación-civilización protegida por el cielo, perdió de forma traumática las dos Guerras del Opio (1839-42) y (1856-57) y hubo de firmar los denominados Tratados Desiguales. Se inició así lo que los chinos denominan “el siglo de la humillación” que tan honda huella ha dejado en la psicología de las élites políticas y culturales del país.
Rusia, por su parte, aprovechó la situación de inestabilidad y debilidad para, a partir de 1870, arrebatar a China amplios territorios en las regiones del noroeste (700.000 kilómetros cuadrados), como un siglo después le recordaría Deng a Mijail Gorbachov con motivo de una visita del líder soviético a Pekín. Por su parte, Japón, que había protagonizado en la segunda mitad del siglo XIX un acelerado proceso de modernización económica, cultural y tecnológica, venció a China en 1895 en la guerra por la disputa de la soberanía de Corea. En 1900 tuvo lugar la Guerra de los Bóxers contra las potencias occidentales, de la que China volvió a salir derrotada.
En ese tiempo de tribulaciones, el Reino del Medio estuvo a punto de desintegrarse. Tras casi un siglo de calamidades, derrotas y penurias, en 1911 se produjo el derrocamiento de la dinastía imperial, poniendo fin a una forma de Estado con 22 siglos de antigüedad y dando pie al nacimiento de la República China. Apenas dos décadas más tarde, en 1930, Japón, convertido en una agresiva potencia imperial militarista, invadió Manchuria y se lanzó a la conquista y ocupación de China. Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y la consiguiente derrota de Japón, se puso fin al frente unido entre nacionalistas y comunistas chinos contra la invasión extranjera y se reactivó la guerra civil. En 1949, Mao, líder indiscutible del PCCh, proclamó desde la Puerta de la Paz Celestial de la Ciudad Prohibida de Pekín, la República Popular de China afirmando “el pueblo de China se ha puesto en pie”.
Estas pinceladas ayudan a entender la singular experiencia del país asiático, que le proporciona una perspectiva propia, difícilmente transferible, sobre los asuntos y procesos contemporáneos…