Bernard Cassen
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el atlantismo ha sido una segunda naturaleza para la mayoría de los dirigentes europeos. Habían interiorizado su sumisión a Estados Unidos hasta el punto de hacer de ella un factor estructural de sus políticas. Una institución simbolizaba este tutelaje: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en 1949 para hacer frente al presunto “peligro” de la Unión Soviética. Este dispositivo volvía a situar la seguridad de los Estados de Europa Occidental en manos del comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, un general estadounidense bajo las órdenes directas del inquilino de la Casa Blanca. Se habría podido pensar que Donald Trump estaría satisfecho con esta organización que confirma una relación de fuerzas muy favorable para Estados Unidos. Pero no es el caso: en enero de 2016, declaró que la OTAN estaba “obsoleta” y se quejó de que la contribución financiera (...)