Víctor Gómez Pin
En 1949, por iniciativa de Albert Camus, se publica en Gallimard El arraigo (L’enracinement), obra póstuma de la pensadora francesa Simone Weil, fallecida en 1943 con treinta y cuatro años, en su exilio del Reino Unido, escindida entre un desapego a la vida y la finalidad a convicciones contrarias al suicidio. Reivindicar el arraigo en un momento en el que Europa se hallaba en un conflicto que sólo podía ser resuelto en lucha conjunta, y las fuerzas que mayormente resistían al fascismo eran defensoras del internacionalismo proletario, exigía capacidad de ir a contracorriente y desde luego un cierto valor. Y sin embargo, tanto en los años treinta del pasado siglo como ahora, hay razones para considerar que una situación de arraigo es quizás el síntoma mayor de que se ha resuelto sanamente el tremendo problema de la alteridad.