Después de tres semanas de manifestaciones pacíficas y de desobediencia civil, un joven diputado de la oposición se convirtió en primer ministro de Armenia el pasado 8 de mayo. Una población urbana, creativa y políglota ha conseguido derrocar un poder bloqueado, típico del espacio postsoviético, con un movimiento que recuerda más al de la independencia que a las “revoluciones de colores”.