España se ha convertido en una economía moderna, plenamente incorporada a la realidad económica global e integrada en un proyecto ambicioso como es el euro. La enorme transformación que hemos experimentado en los últimos cincuenta años es el resultado, por un lado, de la consolidación de nuestra apertura externa y, en especial, nuestra activa participación en el proceso de construcción europea y, por otro, de la estabilildad macroeconómica y el protagonismo del mercado, como mecanismo de asignación de recursos, frente al tradicional intervencionismo público, que caracterizó buena parte de nuestra historia económica reciente. En definitiva, el camino de la prosperidad, el crecimiento y la generación de riqueza se deriva de la integración en los mercados mundiales y, en particular, en el proyecto común europeo, con el fin de aprovechar los beneficios de la globalización sobre la productividad, la especialización, el mayor crecimiento y la creación de empleo.