Los comunes digitales emergen y se hacen abundantes con el desarrollo tecnológico, debido a que se rigen por leyes específicas, distintas a las de los bienes materiales. Una de sus componentes clave es la existencia de comunidades de personas que los producen, distribuyen, conservan y defienden. El funcionamiento de estas comunidades no puede explicarse solo bajo la razón neoliberal. Las comunidades rezuman una ética particular, que internamente bascula entre dos polos opuestos y enfrentados: el de lo libre y el de lo abierto. La potencia ética de estas comunidades puede entroncarse con la narrativa de un ciberespacio libre de asfixiantes regulaciones y de férreas relaciones de poder. Puesto que los bienes digitales son, a su vez, medios de producción, el acceso distribuido y el control sobre estos nuevos medios de producción pueden marcar un hito en el camino hacia una sociedad más igualitaria.