La expansión de los medios y las tecnologías digitales ha creado nuevos frentes de defensa de la libertad de expresión, hoy cada vez más codiciada como elemento de poder y de cambio.
En 1987, los ordenadores eran enormes y no se podían transportar, los pocos teléfonos móviles que existían tenían el tamaño de un ladrillo y los periódicos y la televisión eran las fuentes de información más comunes. Nelson Mandela, a quien muchos gobiernos consideraban un terrorista, estaba en la cárcel y el apartheid todavía era una política en Suráfrica. El muro de Berlín seguía en pie no solo como barrera física, sino como un símbolo de la división política y cultural; y aunque con la guerra fría se habían relajado las tensiones, las relaciones Este-Oeste seguían siendo gélidas, pese a que las revoluciones de terciopelo de Europa del Este creaban las bases necesarias para la caída de la Unión Soviética.
En los últimos 30 años se han producido cambios asombrosos en la cultura, la sociedad, la política y las comunicaciones. Hoy día, millones de personas tienen un ordenador portátil y llevan un móvil en sus bolsillos, con el cual pueden leer y compartir noticias al instante. Hay ocasiones en las que tal cantidad de información resulta abrumadora y somos nosotros mismos (y los algoritmos que las empresas tecnológicas utilizan) quienes la escaneamos, filtramos y clasificamos constantemente. En los últimos años, la "propaganda" ha sido sustituida por las "noticias falsas" y hemos visto las repercusiones en todo el panorama geopolítico que la agitación política ha provocado.
En 1987, se fundó Artículo 19, un movimiento en defensa de la libertad de expresión. Nadie esperaba que 30 años después, estos objetivos fundacionales hayan adquirido aún más importancia. La guerra fría acabó y, aunque el mundo ha cambiado enormemente, quedan muchos retos pendientes.
La libertad de expresión e información es un catalizador tan importante para el cambio que los intentos por controlar la circulación de información es una constante universal. El surgimiento de los primeros medios de comunicación y tecnologías digitales ha revolucionado nuestra vida diaria, lo que a su vez ha supuesto la aparición de nuevos frentes de defensa de la libertad de expresión. Los Estados han dejado de ser los actores únicos o principales que buscan controlar e influir en la circulación de información. Las empresas de telecomunicaciones y tecnología mundial tienen un poder nuevo e inaudito sobre la información y las opiniones que transmiten y la sociedad hace suyas.
Internet facilita enormemente la circulación libre de información. Hemos visto cómo se ha utilizado la red para intensificar protestas y movimientos sociales, y que la gente se organice de distintas formas para ejercer su derecho de expresión y exigir responsabilidades al gobierno. La petición al gobierno aparece como un derecho fundacional de la Constitución estadounidense ya desde el siglo XVIII, por ser considerado esencial para el bienestar de una nación y una democracia. En la actualidad, las peticiones, que antes podían considerarse una herramienta tradicional para el cambio, han surgido de nuevo en formato digital, en plataformas donde el usuario accede a través de Internet para expresar sus opiniones y exigir responsabilidad a quienes están en el poder.
Las herramientas y plataformas de comunicación digital pueden promover el conocimiento y la comprensión a una velocidad y con una magnitud inimaginable hasta ahora. Sin embargo, rara vez estas revoluciones sociales son unilaterales, y ahora los gobiernos están empezando a imponer estrategias que les permiten usar tales herramientas digitales para sus fines: desde vigilar a periodistas en México y criticar públicamente las tecnologías de cifrado de datos en Reino Unido, hasta crear un �Internet limpio� en Irán, controlado y censurado por el Estado, e inhabilitar sitios web de noticias en Rusia.
El aumento del uso de las redes sociales y los medios digitales para la comunicación ha provocado el surgimiento de interrogantes nuevos sobre cómo concebimos nuestra forma de comunicarnos. Más de 2.000 millones de personas son usuarios activos de Facebook, lo que significa que publican fotos, noticias y comentarios políticos en cuestión de segundos, que posiblemente otros millones de personas verán unos instantes después. Se espera que a finales de 2018 un tercio de la población mundial tenga un teléfono inteligente. El acceso a Internet se amplía y alcanza comunidades nuevas, lo que permite que la comunicación mundial sea más barata y sencilla.
Muchas personas consideran que Internet es una herramienta poderosa y reguladora para la democracia y la rendición de cuentas, pero al igual que los grandes avances tecnológicos se pueden utilizar para fines positivos, también se pueden usar para oprimir y reprimir debates abiertos y opiniones contrarias.
En los últimos años hemos visto cómo el entusiasmo de la comunicación a través de medios digitales se ha convertido en temor, ante la constatación de que estos medios también son una herramienta para actividades antidemocráticas. Cada vez somos más conscientes de cómo los espacios digitales, que confiábamos sirviesen para promover debates inclusivos y discusiones positivas, pueden convertirse en espacios cerrados y hostiles para las minorías y las mujeres, si se sienten atacadas por individuos que intentan silenciarlas y difundir opiniones ofensivas y que fomentan el odio.