En consonancia con el enorme progreso económico y la modernización de sus fuerzas armadas, China afirma su voluntad de ocupar un lugar central en el escenario internacional.
EL Informe político del secretario general del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping, ante el XIX Congreso, pronunciado el 18 de octubre lleva por título "Socialismo con características chinas para una nueva era". Afirma que el socialismo chino ha cruzado el umbral de una nueva era, que se va a regir por este concepto, desarrollado en 14 puntos, cuyo eje consiste en que "el Partido debe intensificar su liderazgo en todos los aspectos de la vida china, oponiéndose resueltamente a cualquier intento de debilitar, distorsionar o rechazar dicho liderazgo o la vigencia del socialismo".
Se reafirma, por tanto, de forma contundente el paradigma de Deng Xiaoping: "Desarrollo económico, manteniendo el monopolio del poder del PCCh". Xi hizo una referencia al "siglo de humillación" (de 1840, primera Guerra del Opio, a 1949, triunfo de la revolución socialista). La debilidad del poder chino en las últimas décadas del imperio y durante la república burguesa de Sun Yat-sen, que degeneró en una China fragmentada bajo el dominio de los señores de la guerra y luego en la ocupación japonesa y en la guerra civil, convencieron a los dirigentes comunistas de que la regeneración del país solo era posible partiendo de un poder granítico.
"Sin el liderazgo del PCCh el sueño del "rejuvenecimiento" nacional chino sería una fantasía", afirmó Xi, en frase que recuerda la de Deng: "Sin el PCCh China no sería más que un montón de arena". Xi añadió que "el Partido debe regirse por una estricta disciplina".
"China no copiará mecánicamente los sistemas de otros países", afirmó, reiterando la doctrina de todos sus antecesores. En lo político, se entiende, China no acepta la democracia liberal. En los últimos tiempos, la crisis económica desencadenada en 2008, las duras críticas al sistema democrático en Estados Unidos y en Europa, la crisis que provocó la deficiente concepción del euro, el Brexit, la elección de Donald Trump, un presidente errático rechazado por buena parte de su país, y ahora los sucesos de Cataluña, considerados por varios líderes europeos como una amenaza para el futuro de Europa; todo esto confirma a China en su rechazo de la democracia liberal. Sin embargo, China incorpora buenas prácticas de otros países, debidamente traducidas al contexto chino, como hizo con el mercado, pero no considera que la democracia liberal sea una buena práctica a imitar.
Xi no se limitó a formular el programa para los próximos cinco años, sino que su visión se extendió a 2050. En 2020 se habrá alcanzado una "sociedad modestamente acomodada". Entre 2020 y 2035 se concluirá la "modernización socialista". Y en 2050 se alcanzará la meta de convertir China en "un gran país socialista moderno, próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso". Culminaría así, en 70 años, el gran proyecto de modernización puesto en marcha por Deng en 1978. Desde la primera Guerra del Opio, el objetivo de China ha sido la modernización: conseguir un país rico, fuerte y al que nadie humille de nuevo. Fracasaron en el empeño la última dinastía imperial y la república burguesa. Mao Zedong recuperó la independencia nacional de China, librándola de la ocupación extranjera, pero en lo económico, aunque consiguió algunos resultados, no dio con la clave para el desarrollo rápido de China, al adoptar el camino equivocado del modelo soviético y caer en los horrores de su utopía igualitaria. Deng sí encontró el camino del desarrollo, conseguido a una velocidad nunca conocida en la historia universal. Xi ha dibujado el escenario para la culminación de su obra en otros 30 años ...