Emmanuel Macron y Angela Merkel comparten el objetivo de reformar la zona euro. El camino que cada uno plantea es, sin embargo, diferente. ¿Hay una senda intermedia para transitar juntos? LA victoria apabullante de Emmanuel Macron en las elecciones francesas de mayo y la de Angela Merkel en las alemanas de septiembre � que le supondrán un cuarto mandato � abren la puerta a la reforma de la zona euro. El euro siempre fue un proyecto franco-alemán. Revivimos una coyuntura en la que ambos países están liderados por mandatarios que creen en el euro. Ambos deberán aprovechar la oportunidad para tratar de corregir algunas de las flaquezas más graves de la unión monetaria.
Entre un líder y otro, sin embargo, hay millas o, como dirían en el Viejo Continente, kilómetros de distancia. Macron, en la tradición francesa, reitera que el euro adolece de falta de centralización. La divisa, en su opinión, necesita contar con un ministro de Economía y mecanismos legislativos propios de gobierno. Se necesitan miles de millones de euros para proyectos de inversión y aumentar el gasto en los países con altas tasas de desempleo.
Merkel, por su lado, considera que el problema no tiene tanto que ver con la centralización como con la necesidad de que los países miembros sean más responsables. Su preocupación es que el presupuesto de la enorme zona euro se gaste con responsabilidad. Aunque no se opone a la idea de un ministro de Economía de la zona euro, tampoco considera que tal cargo deba tener poderes muy amplios.
Sin embargo, existe una estrecha senda por la que podrían transitar ambas posturas. Para empezar, habría que finalizar el proceso de unión bancaria. El Banco Central Europeo (BCE) cuenta actualmente con un Mecanismo Único de Supervisión, pero no prevé un sistema común de garantía de depósitos. El gobierno alemán se opone a dicho sistema, con el argumento de que los riesgos no se han reducido lo suficiente en el sistema bancario europeo. Preocupa, en otras palabras, que las pólizas impuestas a los bancos alemanes sirvan para compensar a depositantes de otros países.
En este caso, la solución radica en blindar los bancos, aplicando estrictamente las exigentes normas relativas al capital del marco regulador Basilea III, y acotando la concentración de bonos del Estado. Los legisladores europeos, incluidos los alemanes, han dado recientemente razones para una aplicación más laxa de estas pautas en el marco de las negociaciones con Estados Unidos. Dicha actitud va contra sus intereses.
A continuación, Europa necesitará transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) � su proyecto de fondo de rescate � y convertirlo en un auténtico Fondo Monetario Europeo. Sus recursos podrían acrecentarse al incrementar las suscripciones de capital de los gobiernos y mediante la expansión de su capacidad de préstamo. La toma de decisiones podría optimizarse pasando del consenso obligatorio por la mayoría cualificada. Este fondo podría sustituir al BCE y la Comisión Europea a la hora de negociar programas con los distintos gobiernos. La decisión final de extender o no un préstamo de urgencia no recaería en los jefes de gobierno y no habría que embarcarse en negociaciones intempestivas. De ello se encargaría un consejo integrado por representantes de la zona euro � también de la sociedad civi l� nombrados por el Consejo Europeo y ratificados por el Parlamento, lo que daría al proceso una legitimidad de la que ahora mismo carece ...