El futuro del orden mundial dependerá en gran medida de la capacidad de conectar con los ciudadanos y lograr su apoyo a escala global. ¿Hay algo así como una opinión pública internacional en cuestiones como el cambio climático o las migraciones? ¿Es posible medirla? Cuando hablamos de opinión pública en el ámbito de la política, generalmente lo que se hace es una de las tres cosas siguientes o una combinación de ellas: medirla, determinar quién influye o especular sobre los efectos que podría tener en la política pública. El reto es que si bien la opinión pública internacional puede ciertamente medirse, sus influencias y efectos se producen en gran medida y necesariamente en el plano nacional y, por tanto, tienen consecuencias distorsionadas a nivel internacional.
El viejo dicho de que "toda la política es local" se aplica: a menudo aprendemos más cuando desagregamos los datos geográfica y demográficamente para poder identificar quién está a favor o en contra de algo y por qué. Los actores políticos utilizan estos datos para averiguar cómo influir de forma más efectiva en estas personas y, al mismo tiempo, los cargos electos y los gobiernos pueden o no responder a la opinión pública en función de sus cálculos en términos de perspectivas de reelección. La profesora de Harvard, Pippa Norris, ofrece un modelo útil para pensar en la comunicación política, dividiéndola en los mensajes de actores políticos y organizaciones, los contenidos de los medios y los efectos en el comportamiento político. Los mensajes pueden dirigirse directamente a los ciudadanos para afectar su comportamiento político o indirectamente a través de contenidos en los medios de comunicación.
Si bien podemos agrupar los datos para revelar tendencias internacionales, en su mejor momento, el ciclo de influencia y efectos de Norris se está produciendo a nivel nacional con limitados efectos distorsionados secundarios en el nivel internacional. Esto tiene una explicación institucional: la llamada gobernanza global, las relaciones internacionales y los acuerdos están impulsados por los gobiernos nacionales a través de una red de instituciones internacionales. Estas instituciones generalmente se consideran democráticas, no porque sean elegidas directamente por los ciudadanos, sino porque están indirectamente legitimadas a través de los gobiernos nacionales de los Estados miembros. Sin embargo, los intereses de esos gobiernos pueden o no estar alineados con la opinión pública mundial sobre un asunto determinado, ya que están ante todo preocupados por la opinión de sus votantes. Es posible que estos mismos gobiernos no representen ni siquiera a la opinión mayoritaria de su país, como sucede con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Pero estos mismos gobiernos tendrán todo el poder de decisión a nivel internacional, por lo que concentran e incluso sobrerrepresentan la voluntad de algunos e ignoran la de otros. Lo que sucede con la representación dentro de las naciones, en función de los diferentes sistemas electorales, se amplifica a nivel internacional, donde los gobiernos se muestran poco sensibles a la opinión pública de sus ciudadanos.
Sin embargo, la importancia de este asunto es crucial porque nos enfrentamos a desafíos globales de gran dimensión, como el cambio climático, el terrorismo y la migración, que requieren una respuesta global concertada. Mientras estos desafíos están hoy en su apogeo, el orden mundial liberal y la red de instituciones internacionales creados después de la Segunda Guerra mundial están experimentando una crisis existencial. Estas instituciones no pueden hacer su trabajo en medio de la desconfianza de los ciudadanos, mucho menos sin son consideradas distantes e incluso una amenaza a la soberanía nacional.
A los populistas de ambos lados del Atlántico les resulta fácil sembrar el miedo y la ira sobre las instituciones internacionales. Por su naturaleza, se trata de organizaciones complejas alejadas de los ciudadanos, cuyos líderes son a menudo desconocidos. El orden mundial fue construido para unir los destinos de los países a través de diversos instrumentos económicos, comerciales, políticos, de cooperación, etcétera, lo que a su vez creó prosperidad y grandes incentivos para evitar guerras a gran escala. La afiliación requiere renunciar a partes de la soberanía nacional para llegar a acuerdos globales y, aunque lejos de ser perfecta, esta estructura internacional ha tenido bastante éxito en la mayoría de los casos. Sin embargo, el futuro del orden mundial depende de encontrar mejores formas de conectarse y obtener el apoyo de los ciudadanos de todo el mundo ...