Mikel Azurmendi Intxausti
Un observador mira siempre desde alguna parte, de la misma manera que hacer cualquier fotografía implica elegir un encuadre, un enfoque y determinado angular. Tratar de ser uno bastante objetivo no es mirar sin prejuicios sino, por el contrario, reconocer cuáles son los prejuicios de uno y negociar lo real desde ellos. Por eso cuando un observador va a cualquier paisaje natural o humano debe elegir lo que debe mirar y elegir los instrumentos desde los que mirar. Porque ver algo nuevo, algo que nadie lo haya visto jamás -que eso es lo que pretende un observador social de profesión- resultará siempre un acto consciente de haberse puesto en entredicho él mismo ante su mirar y de haberse juzgado él mismo como un ser que pone intenciones en su ojo, trae motivos por los que ver y tiene determinados tics o costumbres de ver. Además, según va logrando ver algo -que siempre suele ser bastante confuso, y no sólo al inicio- se da uno cuenta de que es difícil de significar y de que uno solamente puede recoger trozos y detalles con los que poder hacer más adelante algún cosido. Incluso a veces ocurre algo inesperado pues el más puro azar le mueve sus encuadres y enfoques, resultando que uno se da cuenta de que no estaba mirando bien y de que había más amplia visión desde otra posición. Vamos, que en plena observación uno puede darse cuenta de que debe modificar alguno de sus prejuicios y de que existe algo en él que le está impidiendo ver mejor. Y uno vuelve a recomponer sus artefactos de mirar...