Separadas por un espacio que se abre hacia el Este que va desde los pocos kilómetros del Estrecho de Gibraltar hasta los más de 200 del mar de Alborán, entre Orán y el Cabo de Gata, las costas norteafricana y del sur de la Península Ibérica se han convertido desde hace unos años en una de las fronteras migratorias más calientes del mundo. El flujo de emigrantes que trata de alcanzar la orilla europea, o el intenso tráfico que cada verano provoca el retorno de los residentes norteafricanos en Europa, han convertido en la última década a la costa sur española en una versión europea del río Grande. Este nuevo papel es en términos históricos una novedad, no se remonta a más de cuatro o cinco lustros, siendo el resultado de la aparición a una escala significativa de movimientos migratorios desde el Sur hacia Europa.