Los movimientos de población han estado vinculados a lo largo de la historia, a la búsqueda de mejores condiciones de vida. Es imposible separar este fenómeno de las circunstancias económicas, tanto del país de origen como del de destino. En épocas anteriores el flujo migratorio ha sido tolerado o acogido de buen grado, por ciertos países de recepción. En la actualidad, al fenómeno de la inmigración se le ha dado la consideración errónea de "problema", considerándolo un factor potencial de futuros desequilibrios sociales. La actitud generalizada de los actuales países de recepción es, en esencia, enfrentar el fenómeno estableciendo políticas de control estricto y restricción de las entradas, argumentando en ocasiones la defensa de los niveles de bienestar nacionales y el equilibrio del mercado laboral. Sin embargo, esta política generalizada no es la adecuada para enfrentar una situación creada por la permanencia del orden económico global, que favorece y perpetúa los desequilibrios económicos y, por ende, sociales entre los países.