Emilia E. Martínez Brawley, Paz M-B Zorita
Este artículo sugiere que el Trabajo Social tiene que recuperar su conexión con la tradición ética aristotélica, según la cual ser virtuoso es una práctica.
En la introducción se apunta que el Trabajo Social es una práctica compleja para la mejora y transformación no sólo de la persona que es objeto de intervención, sino también del o de la profesional.
La autora parte de que el Trabajo Social, a pesar del énfasis conductista en el comportamiento, del de las asociaciones profesionales que se refleja en los códigos para vigilar las malas prácticas profesionales, y recientemente, del énfasis en la gestión de casos en las instituciones sociales, sigue estando llamado a cumplir una empresa moral en la que una buena intervención profesional depende de la personalidad o la virtud del profesional. A partir de ello, se plantean los siguientes aspectos:
1. La ética de la virtud y la práctica del Trabajo Social 2. Los códigos éticos y la práctica basada en la virtud 3. La formación ética y el Trabajo Social 4. Las implicaciones para la formación en Trabajo Social Con respecto a la ética de la virtud y la práctica autores, como Beauchamp y Childress (1994), distinguen la virtud intelectual de la virtud moral. Una virtud intelectual es un rasgo de la personalidad que es valorado socialmente.
Una virtud moral es un rasgo de la personalidad que se valora moralmente. Por ejemplo, la amabilidad, la frugalidad o la puntualidad son rasgos de carácter que se valoran socialmente, mientras que la honestidad, la generosidad, la humildad y la caridad son virtudes que se valoran moralmente. Esto no quiere decir que una virtud valorada socialmente no pueda serlo también moralmente. En el Trabajo Social, por ejemplo, las virtudes no pueden ser simplemente dimensiones morales abstractas, sino que deben ser hábitos derivados de la toma de decisiones en el ejercicio y la práctica profesional a lo largo de los años; de este modo se indica que las prácticas y virtudes de las y los profesionales, al trabajar en las comunidades, calan en las personas con las que entran en contacto.
En lo que se refiere al segundo aspecto, se plantea que es un hecho la tendencia actual a codificar las conductas en documentos y códigos cuasi-legales que tratan de la práctica profesional. Los códigos profesionales, en general, ofrecen guías útiles para ayudar a los profesionales en un mundo de enormes dilemas, pero al mismo tiempo pueden convertirse en elementos de rigidez para la práctica profesional. Por ello, en este artículo se critican algunas teorías, como el conductismo, por considerar que tiende a ser estrechas y mecanicistas en la formas de respuesta profesional. Mientras que la ética de la virtud va más allá de las respuestas mecanicistas, hay una sutileza en la práctica que implica reflexión y compromiso. También se plantea que uno de los problemas de la implantación de la gestión de casos (o gestión del riesgo), que es muy común en la actualidad, es el hecho de que es más prescriptivo que dialógico. El estudiante o el profesional neófito no tienen la oportunidad de reflexionar y preguntarse posteriormente cuál podría ser la mejor decisión en la intervención que van a realizar. La decisión está prescrita, por lo que ciertamente supone menos riesgo, pero mayor rigidez en la respuesta a problemas complejos.
El tercer epígrafe defiende que el desarrollo de las virtudes es comparable con el desarrollo de la utilización de los sentidos y, por lo tanto, la formación se convierte en un elemento clave. Pero el tipo de formación que se considera prioritario es el de la supervisión y, por ello, se aboga por retomar la función de la supervisión que ha sido un pilar fundamental en la tradición del Trabajo Social. A través de la supervisión, la o el profesional debe reflexionar y analizar los pros y contras de una determinada acción. Se insiste en que uno de los problemas actuales de la formación en Trabajo Social es la disminución de la confianza en la supervisión y, por lo tanto, se han perdido los aspectos de reflexión sustantiva y significativa sobre la actuación práctica.
Por último, en las implicaciones de la ética de la virtud en Trabajo Social, la autora se muestra optimista con el retorno a la ética de la virtud como un tema de discusión en Trabajo Social, ya que representa un cambio importante para quienes creen que la profesión se basa en la fuerza de la personalidad de sus profesionales. Por ello, los futuros trabajadores sociales deben ser animados a reflexionar sobre los aspectos éticos de los problemas a los que tienen que enfrentarse, lo que conllevará un «entrenamiento» moral que les permitirá realizar aquellos juicios morales que implique la práctica de la intervención social.
In this paper, we will suggest that social work needs to recover its connection to the Aristotelian ethical tradition wherein, to be «virtuous» is a «practice». Virtue ethics, we argue, is holistic. It implies a strength of character within the polity. No one can live a good life by focusing only on a single «virtue» or dimension of character. Social work is a complex practice through which not only the client but the practitioner will be enhanced or transformed. In spite of the Kantian emphasis on duty, the behaviorists emphasis on «behavior», the professional association’s emphasis on «codes» to control misconduct, and more recently the emphasis on risk management in social agencies, social work is still a «calling», a moral enterprise wherein excellence depends on the character traits or virtues of the practitioner. The article suggests paths for incorporating virtue ethics in the curriculum