Acceso usuarios
Javier Barnés 
La cuarta revolución industrial que representa la denominada economía colaborativa no se va a detener con artificiosas barricadas levantadas con los restos de una legislación ideada para realidades sociales y económicas muy distintas. Impedir el crecimiento de la economía colaborativa por un mal entendido proteccionismo no es el camino correcto; se hace necesaria, por el contrario, la reordenación del entero sector y una adecuada ponderación de todos los intereses en presencia, y en el que el consumidor y usuario no sean preteridos. La respuesta integral �ante el choque de modelos económicos y de culturas jurídicas� no es judicial, sino legislativa; menos aún, puede pasar por vestir con odres viejos el vino nuevo. La intermediación informativa de las plataformas colaborativas requiere un tratamiento innovador y distinto del que rige el servicio subyacente, esto es, el que presten las partes que se sirven de esa información. Aquí se analiza el caso de Uber como ejemplo de la economía colaborativa en un sector clave, el transporte urbano, y en el que la superación del paradigma del vehículo propio, la descongestión del tráfico y la mejora ambiental parecen anunciarse en el horizonte.
