El rastro que dejamos en Internet, la información de nuestros smartphones, nuestras aportaciones a las redes sociales no sólo son codiciadas por las agencias de inteligencia: deleitan a los gabinetes de publicidad y enriquecen a los gigantes de Silicon Valley. No obstante, los datos personales no están condenados a este destino. Su uso con fines de utilidad pública exige la movilización política.