Las dos convenciones estadounidenses del pasado mes de julio, con una semana de intervalo, han dejado entrever, a veces sin quererlo, el estado actual de la política en Estados Unidos. En el lado republicano, un hombre sin ningún tipo de reservas, del cual desconfían los altos cargos del partido. En el lado demócrata, una candidata sin otro proyecto que el de vencer a su rival mostrando una rectitud en la que no cree casi ningún elector.1