María Amparo Alcoceba Gallego
El devenir del proceso de construcción europea ha hecho de la flexibilidad un elemento inherente a este. La integración diferenciada, esto es, la posibilidad de que un grupo de Estados miembros utilice los procedimientos, mecanismos e instituciones de la Unión para dotarse de un sistema normativo aplicable sólo a ellos se ha convertido en un elemento esencial del proyecto europeo de integración. Sin embargo, su afectación a elementos esenciales del proceso de integración y la quiebra del proceso como creador "de una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa" confirmada en el Consejo Europeo de los días 17 y 18 de febrero permiten plantear que asistimos a una crisis de identidad del modelo existente y a una refundación implícita de éste cuyos contornos, eso sí, todavía no están nada claros.
Efectivamente, la reorientación estatalista del proceso de integración junto con la quiebra de elementos hasa entonces esenciales, algunos de ellos a través de la integración diferenciada, se ha visto confirmada por el pasado febrero. Es lamentable, además, que tal confirmación se haya hecho por la puerta trasera, a través de una decisión de Jefes de Estado y de Gobierno reunidos en el seno del Consejo con objeto de satisfacer las preocupaciones británicas y no a través de una revisión del Tratado (aunque con la expectativa de su incorporación en ese momento). Es evidente que la Unión ha dejado de tener ese carácter transitorio, no permanente, destinado a la consecución de una mayor integración entre los Estados miembros, esto es, una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos.