En el presente artículo se critica la condena del capitán del buque «Prestige» por la comisión de un delito medioambiental derivado de un naufragio cuyas causas últimas siguen siendo, a día de hoy, desconocidas. Se constata de nuevo la tendencia irrefrenable a contemplar las catástrofes como delitos e imputarlas, como sea, a un responsable concreto.