La presidenta brasileña Dilma Rousseff, reelegida con escaso margen en octubre de 2014 y debilitada por un escándalo de corrupción sin precedentes en el seno de la sociedad Petrobras, ha querido tranquilizar a su oposición virando hacia la derecha. Intento fallido: sólo ha conseguido abrir el apetito de los liberales. Limitada desde su base, se encuentra a merced de diputados rebeldes y más preocupados a veces por su enriquecimiento personal que por la política.