Uno de los grandes méritos del Emperador Justiniano I fue adaptar los viejos principios y normas romanos a las nuevas demandas y al nuevo espíritu: el espíritu cristiano. Manteniendo el máximo respeto a la tradición, supo crear un sistema jurídico que era la expresión de ese nuevo espíritu y del pensamiento y las creencias de una sociedad a la que habrían de ser aplicadas sus normas.