Joseph H. H. Weiler
EE UU no vivirá el rápido declive de Reino Unido tras la Segunda Guerra mundial. El fin de la "pax americana" supone un cambio del peso específico de EE UU en el mundo. Los europeos están obligados a revaluar su forma de entender las responsabilidades globales.
Es un hecho incontestable que el principal actor estatal en política internacional de los últimos 100 años ha sido Estados Unidos, de manera consistente a lo largo de todo ese periodo. La Primera Guerra mundial, a la que, por aludir al título del celebrado libro de Christopher Clark, entramos como "sonámbulos", marca convenientemente el momento inicial. Me refiero no solo al papel que EE UU desempeñó durante la guerra, sino al de los meses y años sucesivos. Los 14 puntos del presidente Woodrow Wilson fueron tildados entonces de "idealistas" por algunas de las viejas potencias europeas. No obstante, con el desmantelamiento del Imperio Otomano en virtud del principio de autodeterminación (que en aquel momento no era una norma universalmente vinculante), se allanaba el camino para la retirada, apenas una generación después, del resto de imperios coloniales. Se redefinía así, de manera decisiva, el equilibrio de poderes para la segunda mitad del siglo XX. Finalizada la Segunda Guerra mundial, EE UU siguió ejerciendo funciones fundamentales con la concepción y puesta en marcha de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dos de los ejes del orden mundial actual.
El gambito del siglo estadounidense es paradigmático de toda la época marcada por la pax americana: la acción de EE UU en la esfera internacional se ha visto impulsada a menudo por una fuerte dosis de idealismo (a veces errado en su rumbo, definitivamente) combinada con el lógico interés propio, el material del que están hechas las relaciones internacionales. Las diversas escuelas del realismo tienden a rechazar con desdén cualquier desviación del análisis de intereses en relaciones internacionales. En general, el énfasis en el interés o el poder como herramienta para explicar los asuntos humanos me parece reduccionista hasta lo risible, si excluye cualquier otra motivación, tanto en política internacional como en el resto de campos de la acción humana. En última instancia, dicho énfasis tiene su raíz en una visión que niega por principio la posibilidad del altruismo, postura que se ríe de la trágica complejidad de la condición humana. Esto es muy cierto en el caso de la política exterior estadounidense, si bien algunos lo pueden encontrar desasosegante y difícil de entender de primeras.
La expresión pax americana puede parecer irónica. Los últimos 100 años han sido de todo menos pacíficos. En algunos aspectos, han traído consigo barbaries sin precedentes, de un tipo desconocido en la historia de la humanidad, tanto por su naturaleza como por su alcance. En este siglo pasado hemos sido testigos del Holocausto judío, de los gulags, y del Gran Salto Adelante (que provocó la muerte de unos 45 millones de chinos inocentes). Las primeras décadas de este siglo XXI no dan tregua, con Darfur, Siria y ahora el Estado Islámico de Irak y el Levante, que ha enterrado vivos a cientos de "enemigos", cuya único delito era su identidad�