Con una participación del 85 por cien, el 45 por cien de los escoceses votó por la independencia. El resultado del referéndum afecta a todos los británicos. ¿Cómo seguir unidos al menos otros 300 años? Cómo demonios ha podido un país como Reino Unido estar tan próximo a desintegrarse bajo las fuerzas del nacionalismo? El 18 de septiembre, una oscilación de un cinco por cien en el referéndum de Escocia habría supuesto la balcanización de Gran Bretaña y el final de la unión política más longeva y próspera del mundo. Habría precipitado la especulación contra la libra, obligado a los bancos y las instituciones financieras a trasladarse a Inglaterra, hundido los precios del sector inmobiliario escocés y provocado un éxodo de capital y talento, así como la anulación de las decisiones empresariales sobre inversiones con graves consecuencias para el empleo y el crecimiento.
El primer ministro nacionalista, Alex Salmond, estaba convencido de haber ganado en una campaña en la que utilizó sin misericordia el patrocinio del gobierno y en la que la intimidación asomó su desagradable rostro haciendo que muchos unionistas temiesen expresarse en favor de su causa. Incluso la popular creadora de Harry Potter, Joanne Rowling, recibió duros insultos en Internet por oponerse a los separatistas. Al final, Salmond fracasó a causa de la incertidumbre económica. Sus apoyos, sin embargo, procedían de un electorado profundamente desilusionado con el sistema político y que aún está sufriendo las consecuencias de la crisis financiera de 2008. Los nacionalistas ofrecieron esperanza y respuestas fáciles, y gran parte de la gente más pobre pensó que a ellos no podría irles peor y que podían arriesgarse a apostar por la separación. Los separatistas sacaron partido de las consecuencias de un cambio constitucional poco meditado y de la autocomplacencia y el letargo de la élite de Westminster