Lejos del patriotismo, Alex Salmond ha impuesto un discurso centrado en las bondades socioeconómicas de la independencia de Escocia. El 18 de septiembre se vota la posibilidad de una secesión que propone mantener la monarquía, la libra y permanecer en la UE.
Hace 700 años, las guerras de independencia escocesas las lideraron guerreros rodeados de más guerreros. William Wallace Braveheart o el rey Roberto I de Escocia lucharon contra las tropas del rey inglés - y de sus muchos vasallos escoceses - con gritos de guerra en el frente� y las mujeres en casa. Siete siglos después, las mujeres, y las cuestiones que (supuestamente) más les atañen, aparecen como cabeza de cartel del proyecto político del nacionalismo escocés.
Durante el lanzamiento del Libro Blanco de la Independencia en el museo de la Ciencia de Glasgow en noviembre de 2013, el presidente escocés, Alex Salmond, presentó su hoja de ruta sin pompa ni caras pintadas, y con una mujer a su lado. El astuto Salmond confirmaba así una de sus grandes apuestas en el debate constitucional escocés: la renuncia a la tentación de erigirse en un Braveheart moderno. Al contrario, compartió su tiempo y los titulares con su "número dos", Nicola Sturgeon, ministra principal adjunta y titular de la cartera constitucional en el gobierno regional. En lugar de agitar banderas blanquiazules y el resentimiento contra los ingleses, ambos optaron por hablar de guarderías y bajas de maternidad, más que de la supuesta gloria eterna de los pueblos libres.