Privatizar las ballenas, crear un mercado de órganos, especular con los ciclones: las locuras del neoliberalismo no tiene más límites que los de la imaginación. En buena lógica, haría falta que los mismos individuos fueran reducidos al estado de activos financieros. Bastaría para ello considerar a una persona como un "capital humano" dividido en partes intercambiables sobre un mercado. Y que fuera susceptible retirar un retorno sobre la inversión realizada.