La sociología podría haber olvidado el objeto para el cual comienza estableciéndose como ciencia. A partir del homocentrismo tradicional de la sociología, se conviene en admitir que es la persona humana (la "vieja medida de todas las cosas"), con su complejo vital de necesidades e intereses, significaciones y deseos, expectativas y cálculos, el centro de interés insoslayable de todo estudio sobre lo social. Sin embargo, formalismos como los de Simmel, unidos a la eclosión de las numerosas especialidades a que da origen el acelerado desarrollo institucional de la ciencia y el más que probable mimetismo sociológico por seguirla, han ido minando subrepticiamente el fin primigenio de la sociología (hasta llegar, por ejemplo, a la "sociedad sin hombres" de Luhmann), que no fue otro que el descubrimiento de los principios más estructurantes que determinaban o condicionaban el funcionamiento de la vida social con el fin exclusivo de la mejora de ésta última; lo que es tanto como decir, para beneficio de las personas que la formaban. En este artículo, que enfatiza el falso dilema cualitativo-cuantitativo como perversión del lenguaje sociológico, se pretende recordar que la sociedad no podría ser sólo un compuesto de formas abstractas, sino sobre todo un conjunto interactivo y consciente de personas con necesidades concretas, las cuales viven precisamente en sociedad sólo y exclusivamente para mejor satisfacerlas. Y que la sociología es, o debería ser, ese conocimiento acumulado sobre los fenómenos sociales que coadyuve hacia la mayor satisfacción de estas necesidades.