A partir de una breve presentación fenomenológica del mal, el autor llama nuestra atención sobre la enorme distancia que se ha establecido en nuestros días entre la pena, entendida como uno de los móviles por los que los hombres hacen el mal a otros, y la legitimación del uso de este mal en razón de un supuesto bien. Este desgarro entre medios y fines es analizado a la luz de la doctrina del positivismo jurídico entendida como el soporte ideológico sobre el que se erigen las formas de poder que, emancipadas de la necesidad de una justificación racional, ejercen su dominación bajo una ciega y cruel representación del orden, el nuevo orden mundial, como única alternativa de estabilidad y paz.