Eirik Vold
Se acaba de cumplir un año desde que Julian Assange, el fundador WikiLeaks, buscó asilo en la Embajada de Ecuador en Londres. Desde allí, perseguido por el Pentágono y por la Justicia sueca, el más célebre disidente de Occidente continúa su lucha por la transparencia, la paz y la justicia. Sus enemigos tampoco descansan, y en este mismo momento están juzgando, en Estados Unidos, al soldado Bradley Manning, acusado de haber transmitido a WikiLeaks miles de documentos secretos. Podría ser condenado a cadena perpetua. Pero tal intimidación no parece amendrentar a los "lanzadores de alertas" (whistleblowers) que sueñan con una sociedad más transparente. Como lo demuestra el caso de Edward Snowden, analista de la CIA, que acaba de revelar y de denunciar el gigantesco escándalo del programa PRISM, implementado por Washington para escuchar y vigilar clandestinamente a millones de ciudadanos con la complicidad de las grandes empresas de Internet.