En la difícil economía de postguerra, la Carta de La Habana de 1947, promovida por las Naciones Unidas, abrió cauce a las primeras negociaciones comerciales contra el bilateralismo proteccionista generado por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial (1929/1945). Para ello sirvió de marco el Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas Aduaneras, GATT, una iniciativa occidental a partir de la referida Carta, en la que no participaron ni la URSS ni su órbita de países. Con cuyas tratativas se contribuyó progresivamente a rebajar las barreras arancelarias y suprimir los contingentes, y a desmantelar otras medidas obstructivas del comercio mundial; que se hizo mucho más activo gracias a ocho sucesivas rondas de negociación, al final de las cuales, el GATT se transformó, en 1995, en Organización Mundial de Comercio (OMC/WTO). De modo y manera que, actualmente, la OMC rige los más diversos aspectos de la globalización: comercio de energía, materias primas, productos manufacturados y agrícolas; movimiento de capitales; derechos de propiedad intelectual e industrial; servicios de todo tipo y especialmente financieros; y TIC. Sin que haya alternativa a ese progreso de la globalización que parece definitivamente irreversible.