Durante varias décadas, en Irak y en Siria, Sadam Husein y Hafez Al-Assad - y posteriormente su hijo Bachar - ejercieron el poder en solitario. Reprimieron toda forma de oposición y silenciaron las voces disidentes en el propio seno del régimen, imposiblitando de este modo cualquier debate real sobre decisiones estratégicas. Enaltecidos por los medios de comunicación a sueldo, los tiranos se ciegan tanto por su propia popularidad como por realidades internacionales complejas, lo que los conduce a tomar decisiones desastrosas.