Nuestro amigo José Saramago, que con su aguda sabiduría tantas veces escribió en nuestras columnas, falleció el pasado 18 de junio. Nuestro periódico se suma a todos aquellos que, a lo largo del mundo, han expresado su pena por la pérdida de una personalidad cuyo recuerdo y ejemplo servirán siempre de acicate para tratar de conseguir un mundo más justo, solidario, abierto y tolerante como a él le gustaba soñar. Saramago, su nobleza, su integridad, su ejemplo y su experiencia nos ayudaron en el combate común contra las tinieblas de la regresión y del oscurantismo. Con sus escritos y sus comprometidas intervenciones contribuyó a despertar a este mundo de su adormecimiento y a librarle en gran medida de la ceguera y sordera colectivas que a menudo nos paralizan. Fue un compañero de lucha en primera línea de frente en las batallas contra las nuevas injusticias surgidas de la globalización. Su desaparición constituye una pérdida fundamental, irreparable, no sólo afectiva, sino también política. Su voz resulta insustituible.
A guisa de homenaje, publicamos aquí un extracto significativo de una apasionante conversación entre José Saramago y nuestro director Igancio Ramonet, organizada y coordinada por el ensayista Víctor Sampedro que tuvo lugar en A Coruña en 2001.