En los años ochenta del siglo XIX se produjo en la isla de Cuba un fuerte movimiento asociativo en las capas populares, propiciada por la aprobación de la Ley de Asociaciones en 1883. Gran parte de los integrantes de este sector eran inmigrantes peninsulares que aprovecharon la nueva coyuntura para promover centros regionales y comarcales. Éstos se caracterizan por promover el progreso a partir de proyectos educacionales, fundar hospitales para proteger la salud de sus asociados y establecer cajas de ahorro que, entre otros objetivos, permitían envíar remesas y otro tipo de ayudas a sus lugares de origen.