Serge Halimi
Las expectativas desmesuradas de los sectores progresistas que vieron en la elección de Barack Obama una revolución en la política de Estados Unidos comienzan a trocarse en desconcierto y hasta decepción. Por otro lado, la derecha republicana, histérica y cada vez más impregnada de un tufillo macartista, estigmatiza al primer presidente negro como a una especie de demonio subversivo. Un profundo equívoco subyace a ambas actitudes: la creencia en que un poder individual puede transformar por sí solo y de repente las estructuras sociales, económicas y políticas configuradas tras un largo proceso histórico.