Darío Pignotti
En los albores de la década de 1980, cientos de miles de brasileños corearon "¡Globo, el pueblo no es bobo!" cuando el grupo editorial Globo, en el que se apoyó la dictadura para anestesiar a la opinión pública a base de telenovelas y fútbol, censuró las movilizaciones populares contra el régimen militar. Hoy, un número creciente de brasileños expresan su disgusto hacia el grupo mediático hegemónico. Distintas mediciones de audiencia han detectado un dato inédito en las relaciones de consumo de información: la credibilidad, otrora incuestionable, de la red Goblo comienza a mostrar signos de erosión. Con todo, es posible advertir una diferencia sustantiva entre la indignación acutal y el descontento de quienes repudiaban a Globo durante las movilizaciones de hace tres décadas en demanda de elecciones directas. En 1985, José Sarney, primer Presidente civil de Brasil desde el golpe de Estado de 1964, obstruyó cualquier iniciativa reformista sobre la estructura de la propiedad mediática y el derecho a la información, en complicidad con la familia Marinho -propietaria de Globo- de la que además era socio. El actual jefe de Estado, Luiz Inácio Lula da Silva, parece resuelto a iniciar la aún pendiente transición hacia la democracia comunicacional. Por eso la red Globo ahora lo ataca.