El derecho a la intimidad es uno de los derechos fundamentales más amenazados en las sociedades modernas por el sinfín de inmisiones posibles de todo orden que lo acechan. Pero su vulnerabilidad no debe llevarnos al espejismo de considerarlo hollado por cualquier futilidad. Estamos en presencia de un problema de límites, pues es precisamente la persona en la que el derecho se enraíza, como cualidad intrínseca a su propia dignidad, la que determina el ámbito de aquél. Si como titular del derecho no aprecia su significativa importancia y él mismo se erige en causa de entorpecimiento del válido ejercicio de aquél, puede decirse que ha propiciado la decadencia de su derecho, al no haber respetado el presupuesto en que se apoya su intimidad, no otro que la salvaguarda del recinto en que aquél se desenvuelve.