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James M. Citrin
Ser presidente ejecutivo ha perdido el encanto. Además de poner en evidencia las malas prácticas financieras de algunas empresas, la crisis dejó al descubierto las exorbitantes recompensas que percibían muchos altos ejecutivos y los gastos excesivos que se aprobaban en items superfluos, mientras que los indicadores de desempeño de negocio no dibujaban precisamente curvas ascendentes. Hoy, el trabajo del CEO ya no es el mismo. Blanco de la vigilancia de gobiernos y accionistas y centro de las críticas, el máximo ejecutivo ya no se encarga de la estrategia y la expansión sino que atiende cuestiones más urgentes, como recortes de presupuesto, cierre de plantas, despidos y eliminación de líneas de productos. La buena noticia es que de este escenario emergerán los verdaderos líderes, los que sienten el desafío de gestionar una empresa.
