La mayoría de israelíes y palestinos apoyan la solución de los dos Estados, pero sus dirigentes son incapaces de salir del statu quo. La UE tiene en su mano conseguir un avance que reviva el proceso de paz.
El 13 de septiembre de 1993, el presidente Bill Clinton acogió el histórico apretón de manos entre el malogrado primer ministro de Israel Isaac Rabin, en compañía de su ministro de Asuntos Exteriores, Simon Peres, y el rais (presidente en árabe) de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat. Los tres últimos recibieron el premio Nobel de la Paz al año siguiente, en reconocimiento a su valentía política al fijar un marco para la resolución definitiva del conflicto palestino-israelí, la llamada Declaración de Principios.
Dicha declaración había sido negociada en secreto bajo los auspicios de mediadores noruegos y suponía la superación de la posición mantenida por Israel en la Conferencia de Madrid de 1991, donde los palestinos participaron formalmente como miembros de la delegación jordana. En los Acuerdos de Oslo, sin embargo, ambas partes se reconocían formalmente como interlocutores y fijaban un marco gradual de progreso en la autodeterminación palestina llamado a desembocar en un Estado al cabo de cinco años...