Durante décadas Occidente ha cultivado regímenes en Oriente Medio y el Norte de África que servían a sus intereses tanto estratégicos como económicos. Se permitió que determinadas élites se mantuvieran seguras en el poder con gobiernos más o menos autoritarios en países como Túnez, Argelia, Marruecos, Egipto, Jordania y Arabia Saudita, a cambio de adoptar actitudes moderadas frente a la cuestión Palestina en beneficio de Israel y colaborando en materia de inmigración ilegal, narcotráfico, terrorismo fundamentalista y suministros energéticos. La revuelta en Egipto es una muestra más de cómo las desigualdades, el empobrecimiento de amplios sectores de la población, la falta de expectativas y la ausencia de democracia pueden conducir a un estallido social.