Muchas compañías se mantienen al margen de la competencia global porque creen que necesitan desarrollar productos novedosos o marcas dominantes antes de lanzarse en un emprendimiento en el extranjero. El éxito internacional de compañías españolas como Telefónica, Freixenet, Banco Santander y ALSA demuestra que esta idea es errónea. Todos se convirtieron en jugadores globales en su industria destacándose en la gestión de sus capacidades tradicionales.
Las compañías españolas se saltaron la estrategia arriesgada y costosa de abrir sus propias instalaciones en otros países, favoreciendo en su lugar las alianzas y adquisiciones, enfocándose primero en América Latina y Europa. Un profundo conocimiento político y de creación de redes les ayudaron a penetrar mercados altamente regulados o muy complejos. La velocidad también ha sido un factor importante en su éxito: la implementación veloz de proyectos les permitió adelantarse a otras multinacionales y con su experticia en la integración vertical, han sido capaces de distribuir sus productos rápida y eficazmente en cuanto a costos a clientes lejanos. Aunque todas estas habilidades podrían ser rutinarias, las firmas españolas las han aprovechado al máximo y, como resultado, se han convertido en gigantes en su sector.