Lo ocurrido con la familia en el mundo a lo largo del siglo veinte puede resumirse en tres puntos. En primer lugar, las familias tienen muchos menos hijos, en algunos casos menos de los que las mujeres o las parejas quisieran. Los dos o tres últimos siglos de rápido crecimiento de la población han tocado a su fin, y en Europa muchos pueblos han empezado a desaparecer o cuando menos a declinar. En segundo lugar, el antiguo patriarcado, el poder de los padres y de los maridos, se ha visto erosionado. Esta transformación, generalizada, pero muy desigual, de las relaciones generacionales y de sexo es el más novedoso de los cambios y el de mayor alcance. El abandono del patriarcado, por lo que representa de ruptura con las costumbres ancestrales y por su orientación hacia la emancipación de los niños, los jóvenes y las mujeres, constituye el núcleo social mismo de la modernidad. En tercer lugar, se ha secularizado la sexualidad decididamente liberada de los tabúes religiosos, y se han aflojado sus vínculos con la formación de una familia y con las alianzas familiares. El matrimonio, el complejo institucional de la sexualidad socialmente ordenada, se ha reducido como construcción normativa, si bien conserva un lugar destacado en las relaciones humanas a lo largo y ancho del mundo. Ninguna de estas evoluciones presenta un desarrollo lineal y la única tendencia clara de convergencia global es la reducción mundial de la tasa de natalidad. Los recientes procesos históricos de cambio han afectado a los diferentes sistemas familiares en diferentes momentos, de diferentes modos y con diferentes resultados