Vivimos en la cultura de la inmediatez, de la concesión, de la baja resistencia a la frustración, del hedonismo, de la temeridad. Vivimos en una sociedad ansiosa en la que tenemos que satisfacer nuestras aparentes necesidades inmediatamente, somos intolerantes a la espera, carecemos del tiempo, evitamos el conflicto accediendo a los deseos de los demás. Somos intolerantes al no. Si no tenemos lo que deseamos nos provoca angustia y buscamos un sustituto que nos la libere. Vivimos estresados bajo el yugo de innumerables normas que paradójicamente tratan de mejorar nuestras vidas. En definitiva, vivimos sumergidos en la cultura del riesgo.