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Sophie Boisseau du Rocher
Durante diez años (1997-2007) el Sudeste Asiático fue azotado por una crisis económica de una extrema violencia, que se transformó rápidamente en una crisis social, política e incluso de seguridad. Esta crisis constituyó un importante golpe que los observadores ignoraron aferrándose a los resultados de las tasas de crecimiento que, de hecho, no muestran mucho sobre la evolución de las sociedades, los fundamentos de los equilibrios políticos o los objetivos re - gionales. Estos parámetros, aplicados durante mucho tiempo en el Sudeste Asiático con unos efectos benéficos que no hay que subestimar, siguen perturbando la recuperación de la región. Puesto que, como veremos, no es fácil librarse de treinta años de autoritarismo y prácticas discutibles sin per juicios, ni resistencia... A pe - sar de verdaderos avances, el Su - deste Asiático se encuentra aún en una frágil situación.
Es necesario, pues, hacer un ba - lance más allá de las cifras.
Unas cifras satisfactorias, puesto que la economía de los países del Sudeste Asiático, impulsada, desde hace diez años, por el motor chino, ha sido relevada por motores que han de - mos trado su solidez y resistencia (Japón, Corea del Sur, Tai - wan); Vietnam, por ejemplo, ha conseguido la segunda tasa de crecimiento en Asia Oriental después de China, con un resultado ligeramente superior al 8%. Pero una de las lecciones aprendidas después de los desórdenes de 1997 es, precisamente, que las cifras no constituyen una medida su - ficiente para valorar la resistencia de las sociedades, la viabilidad de los sistemas políticos y el control de las tensiones de poder.
