En el modelo capitalista, el capital privado sufraga una parte de la vida del obrero que no tiene nada que ver con la esfera productiva. Cumple, por tanto, una función social, que convierte al capitalista en un gestor que goza de un importante poder para condicionar la vida de un número de personas. El capitalismo sustrae a los actores reales de la actividad económica la soberanía material sobre sus vidas: los convierte en siervos, en juguetes zarandeados por estrategias empresariales orientadas al máximo beneficio para el capital. El Estado podría �y debería� ampliar sus competencias para ofrecer siempre oportunidad de trabajo e ingreso a cualesquiera personas empleadas de empresas privadas, públicas o cooperativas lanzadas al desempleo por las fluctuaciones de la demanda.