Se plantea la profesión del documentalista con una perspectiva histórica y se trata de averiguar el por qué de su crisis de identidad. Se insinúa que su unión con los bibliotecarios y archiveros a la larga ha resultado perniciosa, quizá un lastre para su evolución y su imágen más dinámica. La autora no prevé que la situación cambie a corto plazo.