La circunstancia histórica en la que surgen y actúan las profesiones de intervención social hace que ejerzan su labor en sociedades de intereses contrapuestos, profundamente desiguales e injustas. De esta forma, se han visto desde el primer momento en la necesidad de mantener en estado de alerta su capacidad crítica, a fin de que su aportación evite el control y sometimiento de los destinatarios y, por el contrario, se oriente a la emancipación de éstos. No obstante, los rápidos y profundos cambios que vienen experimentando las sociedades del presente a nivel global, con base en el imparable avance de los procesos tecnológicos, convierten en obsoletos los planteamientos y herramientas con los que se había venido operando hasta ahora. Sin duda, su más extendida, virulenta y lacerante manifestación, es el fenómeno de la "exclusión social". En esta tesitura, es de primera necesidad volver a recordar y, si es preciso, replantear, las coordenadas éticas que legitiman y orientan el ejercicio de la intervención social y han mantenido vivos el compromiso de sus profesionales y el espíritu crítico mencionado. Se mostrará, pues, que el espacio delimitado por esas coordenadas, en el que ha de incidir la intervención social, es el de las "relaciones sociales", siendo parámetros fundamentales para medir la mayor o menor justicia de éstas los "valores morales" de la "dignidad de la persona" y la "solidaridad" contenidos en nuestra Constitución.