La salud del sistema político depende, en toda sociedad, del vigor de sus instituciones. Entre el Estado absorbente y los individuos dispersos surgen múltiples organismos, centros de poder, agrupaciones efímeras y, también, instituciones, pero estas últimas recogen su inspiración permanente en la idea del bien común, y por ello sostienen la libertad y el equilibrio de justicia en las relaciones humanas. América Latina, en general, ha padecido por tener poca organización social. Incluso en Chile, históricamente más avanzado en este aspecto, las instituciones son algo frágiles y el vacío de motivación organizativa entorpece la estabilidad del sistema político y aminora el desarrollo económico y social. Con frecuencia olvidamos que las entidades que nutren ese sistema no son puramente los órganos constitucionales del poder político, sino muchas otras instituciones particulares fieles al servicio público, entre las cuales debemos incluir algunos órganos de prensa escrita.